Volatilidad electoral
Concepto que alude a la modificación de la orientación del voto entre dos comicios que comparten un mismo cuerpo electoral. En el ámbito político, si el foco de atención son los votantes a título individual, este fenómeno se relaciona con el estudio del comportamiento político y electoral. Sin embargo, si el interés radica en la observación del electorado en su conjunto y la interacción de este con la oferta electoral disponible, la volatilidad advierte de las características de estabilidad y cambio que definen a los sistemas de partidos.
Volatilidad electoral individual
Tal y como se ha mencionado, una manera de observar este fenómeno en el ámbito político es través de datos de carácter individual compilados mediante encuesta (Oñate y Ocaña, 1999)[1]. En este tipo de trabajos se suelen incluir preguntas en las que se pide al entrevistado que exprese el sentido de su voto en uno o varios procesos electorales que han tenido lugar con anterioridad al momento de la entrevista. Con la inclusión de un mínimo de dos preguntas de este estilo, es factible determinar si el elector cambió de opción o la mantuvo entre ambos procesos. Se entiende que un votante es fiel cuando no modifica su preferencia electoral mientras que se puede denominar volátil al que en cada uno de los comicios decide cambiarlas. En este tipo de trabajos es posible además diferenciar a los electores que cambiaron de preferencia partidista de los que dejaron de participar en uno de los procesos, además de poder determinar cuántos entraron o salieron del censo electoral (Anduiza y Bosch, 2004)[2]. Una fórmula para realizar dicho ejercicio consiste en la elaboración de un cuadro de transferencias o cruce entre las variables que expresan el recuerdo electoral de ambos procesos. De este modo se establece una medida de la volatilidad aproximada que ha tenido lugar entre estos. Esta técnica de análisis también se puede aplicar para la detección de posibles fugas de votantes de las diferentes alternativas políticas en unas futuras elecciones. Los sondeos preelectorales suelen incluir, además del recuerdo de voto, preguntas sobre la decisión del elector en unos comicios que se van a celebrar. Estas variables se conocen usualmente como intención de voto. Si se compara el comportamiento llevado a cabo en elecciones anteriores con la previsión futura que tiene el votante es posible determinar quiénes están dispuestos a volver a apoyar las mismas opciones políticas y quiénes son susceptibles de cambiarlas. De este modo, se consigue una aproximación a la volatilidad que puede producirse en próximos comicios. No obstante, toda esta observación debe hacerse con todas las cautelas que requieren los datos de este carácter en lo que respecta a representatividad, validez y fiabilidad, pues es fácil que existan sesgos en las mediciones de las variables que son objeto de análisis (Balaguer, 2010)[3].
Volatilidad electoral agregada
En el plano agregado, entendiendo por éste el que usa los datos referidos a unidades de análisis que representan contextos territoriales, dicho fenómeno se ha cuantificado a través del índice de «volatilidad total agregada» (Pedersen, 1979[4]; Bartolini y Mair, 1990[5]). Este indicador mide los cambios electorales netos que tienen lugar entre dos elecciones en un contexto determinado. Para ello tiene en cuenta las variaciones en el número de apoyos recibidos por las diferentes agrupaciones políticas o candidaturas. El resultado de dicha medición puede oscilar entre 0 –que implicaría la práctica inmovilidad del electorado– y 100 –que se correspondería con un vuelco total de las preferencias–. En cierto sentido, este indicador también puede ser interpretado como una aproximación al cambio de preferencias individuales, en tanto que representa el porcentaje de electores que, como mínimo, cambia la orientación de su voto entre las dos elecciones que se analizan.
Dado que es prácticamente imposible establecer en este nivel una relación directa entre los flujos de voto que incorpora y/o pierde cada opción política, la volatilidad agregada intenta plasmar distintos tipos de cambios en las preferencias electorales agregadas. En un contexto de rivalidad partidista, las diferentes fuerzas políticas se pueden situar en dimensiones de competencia relevantes y ser agrupadas en torno a bloques definitorios (Bartolini y Mair, 1990)[5]. La clasificación ideológica –izquierda frente a derecha– o la dimensión territorial –partidos de ámbito estatal frente a partidos de ámbito no estatal– son ejemplos clásicos de caracterización de las fuerzas políticas que componen un determinado sistema. Atendiendo a la definición de algún tipo de aspecto divisorio relevante en un contexto político, la volatilidad electoral agregada que se produce entre dos elecciones puede deberse a flujos de voto entre fuerzas políticas pertenecientes a un mismo bloque. Este fenómeno se ha denominado «volatilidad intrabloques» (VIT). El cambio de voto, en este caso, no traspasa la frontera de la competencia, sino que sólo se resitúa en una opción electoral nueva representante del mismo bloque. Si por el contrario las transferencias agregadas se producen entre fuerzas políticas de distintos bloques se estaría produciendo «volatilidad interbloques» o «entre bloques» (VB). En este supuesto, hay un cambio más profundo en las preferencias del electorado, puesto que sí se traspasan las fronteras de la competencia. Ambas magnitudes sumadas dan lugar a la «volatilidad total agregada» (VT).
En concreto, la irrupción de una nueva fuerza política y su consolidación en un sistema de partidos deriva necesariamente de un trasvase de apoyos, y por ende, de un incremento en la volatilidad. Mainwaring, Gervasoni y España-Nájera (2010)[6] proponen distinguir la «volatilidad intrasistémica» –aquella que se produce entre partidos clásicos o ya existentes– de «volatilidad extrasistémica» –aquella que tiene lugar entre partidos de reciente incorporación.
La medición de la volatilidad en términos agregados tampoco está exenta de problemas en su determinación. Hay que tener en cuenta que este indicador no es sensible a los cambios que se producen el censo electoral o a la abstención, siendo casi imposible vincular estos fenómenos a los cambios que experimentan las fuerzas políticas (Nohlen, 2004)[7]. Por otra parte, hay que destacar que, aunque en esta definición se haya hecho referencia a la volatilidad electoral agregada, también es usual encontrar análisis que se detienen en su vertiente parlamentaria. Con ello se alude a la variación en los apoyos parlamentarios de las fuerzas políticas que obtienen representación en dos elecciones dadas (Oñate y Ocaña, 1999)[1]. También hay que tener en cuenta que este índice se puede calcular tanto para el sistema en su conjunto como a nivel de los distintos distritos.
Volatilidad, procesos electorales y procesos políticos
Ambas aproximaciones a la medición de la volatilidad –agregada e individual– tienen algunas características comunes en cuanto a las dificultades para poder establecer claramente la relación entre partidos, electores y urnas. En primer lugar, hay que señalar que en algunas ocasiones es difícil identificar las diferentes fuerzas políticas, pues estas pueden cambiar de denominación entre procesos o componer y descomponer coaliciones electorales con otros partidos. Por otra parte, hasta el momento se ha podido entender que la volatilidad era susceptible de observación únicamente entre dos comicios electorales consecutivos, o lo que es lo mismo, en la misma convocatoria electoral situada en dos momentos distintos. Aunque en un sentido originario la volatilidad se postulara así, hoy en día existen más alternativas vinculadas a la existencia de sistemas políticos multinivel con distintas arenas electorales, o con distintas opciones de ejercicio del derecho al sufragio que tienen en un mismo proceso electoral. El cambio en el apoyo de las opciones políticas observado en el estudio de distintas arenas electorales que afectan a un mismo contexto territorial, o entre dos fórmulas de votación simultánea de una misma arena electoral se ha denominado «escisión del voto» (Sanz Cazorla, 2008)[8]. Sin embargo, y aun con todas las peculiaridades, se puede decir que en el fondo se trata de otra fórmula distinta de medición de la volatilidad del mismo cuerpo de electores.
Respecto de la interpretación de su significado hay que señalar que los diferentes indicadores de volatilidad ayudan en su conjunto a clasificar los diferentes tipos de procesos electorales y entender los fenómenos que subyacen en sus resultados, junto con otros índices. Harrop y Miller (1987)[9] destacaron cuatro tipos de elecciones según la estabilidad y el cambio en los resultados y las bases de apoyo de las fuerzas políticas según las causas y los efectos del cambio en las orientaciones. Cuando se produce un realineamiento del electorado en tanto que cambian las bases del voto así como los resultados electorales de las fuerzas políticas, se habla de elecciones críticas. Si por el contrario hay un cambio en las bases pero los apoyos partidarios no varían sustancialmente, se habla de elecciones de conversión. Se define como elecciones desviadas aquellas que sin producirse un cambio en las bases del voto conllevan un cambio en los resultados electorales. Y por último, cuando no hay cambios ni en el sustento del voto ni en los resultados que obtienen las fuerzas políticas, se origina una situación de elecciones de continuidad. La volatilidad ayuda también a la explicación de la evolución del sistema político de un contexto determinado. En momentos cercanos a una fase de transición democrática o durante la consolidación de un sistema de partidos políticos, el trasvase de apoyos entre fuerzas políticas suele ser superior. Por contra, en un sistema de partidos consolidado se observan cambios menores de la volatilidad. Aunque en cada contexto su expresión es distinta, la bondad de los indicadores radica en la potencialidad que estos tienen para poder establecer comparaciones entre distintas realidades, especialmente teniendo en cuenta la existencia de distintos sistemas electorales.
Véase también
- Abstención
- Competitividad electoral
- Circunscripción electoral
- Comportamiento político y electoral
- Electorado
- Encuesta
- Fragmentación electoral
- Polarización política y/o electoral
- Sistemas electorales
Bibliografía
- Ruiz, L. y Otero, P. (2013): Indicadores de partidos y sistemas de partidos, Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas.
Referencias
- ↑ 1,0 1,1 Oñate, P. y Ocaña, F. (1999): Análisis de datos electorales, Madrid: Centro de Investigaciones Sociológicas. Error en la cita: Etiqueta
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no válida; el nombre «Oñate, P. y Ocaña, F. (1999)» está definido varias veces con contenidos diferentes - ↑ Anduiza, E. y Bosch, A. (2004): Comportamiento político y electoral, Barcelona: Ariel.
- ↑ Balaguer, J. (2010): «El recuerdo de voto en España. Un análisis del periodo 1996-2008)», Revista Internacional de Sociología, 68 (3): 637-677.
- ↑ Pedersen, M. (1979): «The dynamics of West European party systems: changing patterns of electoral volatility», European Journal of Political Research, 7: 1-26.
- ↑ 5,0 5,1 Bartolini, S. y Mair, P. (1990) Identity, competition and electoral availability: the stabilization of European electorates 1885-1985, Cambridge: Cambridge University Press. Error en la cita: Etiqueta
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no válida; el nombre «Bartolini, S. y Mair, P. (1990)» está definido varias veces con contenidos diferentes - ↑ Mainwaring, S.; Gervasoni, C. y España-Nájera, A. (2010): The vote share of new and young parties, Notre Dame: Kellogg Institute, Working Paper n.º 368.
- ↑ Nohlen, D. (2004): Sistemas electorales y partidos políticos, México: Fondo de Cultura Económica.
- ↑ Sanz Cazorla, A. (2008): «La escisión vertical del voto en la competición electoral multinivel: elecciones generales y autonómicas en Andalucía», Revista Española de Ciencia Política, 19: 169-198.
- ↑ Harrop, M. y Miller, W. (1987): Elections and voters. A comparative introduction, Nueva York: New Amsterdam Books.
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